Infancia entre tronos y disputas
Fernando nació en 1199 o 1201 (la fecha exacta es aún debatida) en el monasterio de Valparaíso, cerca de Peleas de Arriba (Zamora), hijo de Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla. Desde la cuna estuvo rodeado de tensiones políticas: sus padres eran parientes cercanos y su matrimonio fue anulado por el papa, lo que comprometía los derechos sucesorios del niño. Aun así, su madre, Berenguela (una mujer de inteligencia política excepcional) maniobró con maestría para garantizarle el futuro trono castellano.
En 1217, tras la muerte accidental del joven rey Enrique I, Berenguela abdicó en favor de su hijo, convirtiéndolo en rey de Castilla. Solo unos años más tarde, a la muerte de su padre en 1230, Fernando heredaría también León. Así, por primera vez en siglos, las coronas de Castilla y León volvían a unirse de forma duradera bajo una sola persona.
Unificó reinos sin sangre, y conquistó ciudades sin retorno
Lo que muchos no lograron por la guerra, Fernando III lo consiguió con diplomacia, paciencia y legitimidad: la unión pacífica de los dos grandes reinos cristianos del norte peninsular. Pero su reinado no fue solo una cuestión de herencias: fue también uno de los más decisivos en la historia militar de la Península Ibérica.
Impulsado por una profunda religiosidad y un firme ideal de cruzada, Fernando lanzó una campaña sistemática contra los reinos musulmanes del sur. Con habilidad política, aprovechó las luchas internas del califato almohade y los pactos con nobles andalusíes para avanzar sin apenas resistencia en muchos territorios. Así, conquistó Baeza (1227), Úbeda (1233), Córdoba (1236), Jaén (1246), Sevilla (1248) y otras plazas clave del valle del Guadalquivir. Su avance fue tan contundente como duradero: marcó el principio del fin de Al-Ándalus.
La toma de Sevilla fue especialmente simbólica. En una escena relatada con fervor por las crónicas, Fernando entró en la ciudad bajo una cruz de plata portada por su hijo Alfonso, mientras la Giralda (convertida en campanario) sonaba por primera vez como torre cristiana.
Un gobernante justo, piadoso y culto
Aunque pasó a la historia como guerrero, Fernando fue también un rey de leyes y equilibrio. Reforzó las instituciones, potenció la repoblación de los territorios conquistados y protegió a las minorías judías y musulmanas bajo su autoridad, siempre que aceptaran la soberanía real. Estableció fueros y privilegios a ciudades para atraer población cristiana, y favoreció el desarrollo económico de Castilla.
Profundamente devoto, fundó iglesias, monasterios y promovió la veneración a santos peninsulares. Rezaba con regularidad, ayunaba y consultaba a teólogos antes de grandes decisiones. Según crónicas, jamás se sentaba a la mesa sin haber oído misa antes. Su religiosidad, sin embargo, no lo volvió fanático: se le reconoce como un rey que evitó represalias injustas y que permitió la continuidad de comunidades musulmanas pacíficas durante años.
De hecho, algunos lo apodaron
rex iustus (rey justo) ya en vida, un apelativo que resonaría aún más después de su muerte.
Su muerte, su culto y su canonización
Fernando murió el 30 de mayo de 1252 en Sevilla, ciudad que tanto amó. Sus últimas palabras fueron una oración humilde, pidiendo perdón por sus pecados y encomendándose a Dios. Fue enterrado en la Catedral de Sevilla, y su cuerpo incorrupto permanece aún hoy en una urna de cristal, venerado como el de un santo.
Durante siglos, su tumba fue visitada por nobles, peregrinos y reyes. En 1671, el papa Clemente X lo canonizó, convirtiéndolo oficialmente en San Fernando, patrono de Sevilla y símbolo del ideal cristiano de caballero, cruzado y rey justo.
Curiosidades
- Unificación de reinos: Fernando logró la unión definitiva de los reinos de Castilla y León, sentando las bases para la formación de la España moderna.
- Conquistador de ciudades emblemáticas: Bajo su liderazgo, se incorporaron al reino ciudades como Córdoba en 1236, Jaén en 1246 y Sevilla en 1248, ampliando significativamente los territorios cristianos en la península ibérica.
- Fundador de catedrales: Impulsó la construcción de las catedrales de Burgos y León, promoviendo el estilo gótico en la arquitectura religiosa de la época.
- Espada legendaria: Su espada, conocida como "Lobera", se conserva en la Catedral de Sevilla y es símbolo de su poder y justicia.
- Canonización tardía: A pesar de su apodo "el Santo", no fue canonizado hasta 1671 por el Papa Clemente X, más de cuatro siglos después de su muerte.
- Descendencia numerosa: Tuvo entre 13 y 15 hijos de dos matrimonios, incluyendo a Alfonso X el Sabio, su sucesor en el trono.
- Epitafio multilingüe: Su tumba en la Catedral de Sevilla presenta inscripciones en latín, castellano, árabe y hebreo, reflejando la diversidad cultural de su reino.
- Patrón de Sevilla: Aunque residió en Sevilla solo tres años y medio, su impacto fue tal que, tras su canonización, fue nombrado patrón de la ciudad.
- Cuerpo incorrupto: Su cuerpo se mantiene incorrupto y es venerado en la Catedral de Sevilla, siendo expuesto en ocasiones especiales.
- Relación familiar con San Luis: Era primo hermano de Luis IX de Francia, conocido como San Luis, compartiendo ambos la distinción de monarcas canonizados.
Un rey entre la espada y el evangelio
Fernando III no fue un simple conquistador. Fue un estadista que consolidó una unidad territorial crucial para el futuro de España. Fue un guerrero que nunca buscó el exterminio, sino el orden. Y fue un santo que no se retiró a un convento, sino que reinó entre espadas, campanas y tratados.
Su obra no terminó con su muerte: su hijo, Alfonso X el Sabio, heredó un reino fuerte, amplio y relativamente pacificado, desde el que pudo impulsar su ambicioso proyecto cultural y jurídico. En cierto modo, sin Fernando III no habría habido Alfonso X. Ni Giralda cristiana. Ni Castilla poderosa. Ni unión duradera de León y Castilla.
Fue, en definitiva, uno de los grandes artífices de la España medieval.
Fuentes