En este castillo, situado sobre un alto cerro al oeste de la localidad, se puede ver todavía la sucesión de estilos y cronologías, y la disposición consecutiva de los testimonios arquitectónicos de cada etapa. En un extremo se sitúa lo más antiguo, de época medieval, a continuación los añadidos del Renacimiento y finalmente, al lado, el resultado de las obras realizadas durante el Barroco. Su estado de conservación no es muy bueno, aunque lo que se conserva de él nos puede dar una muestra de la magnífica fortaleza que debió de ser en otros tiempos, elevándose y mostrando su grandiosidad por encima del resto de las edificaciones.
El Castillo de Belvís de Monroy se alza sobre un alto cerro al oeste de la localidad extremeña del mismo nombre, al norte de Cáceres.
Alejada esta zona del territorio de las órdenes militares, y necesitado igualmente de protección tras la Reconquista, los monarcas la darán inicialmente a la ciudad de Plasencia, pasando en el siglo XIII, en tiempos de Sancho IV, a manos de Fernando Pérez del Bote, que constituirá un señorío con objeto de contribuir a la explotación de las tierras y a su repoblación. En el año 1329 esta familia obtuvo el señorío de Belvís
En la primera mitad del siglo XIV figura como titular Alonso Fernández del Bote, nieto del anterior, a quien se atribuye la construcción de la primitiva casa fuerte sobre la que sus descendientes elevarán el castillo que hoy podemos ver.
En el siglo XV los bandoleros y saqueadores asolaron esta zona hasta la llegada de la Inquisición. Durante la segunda mitad del siglo XV esta fortaleza se vió sometida a diversos asedios y asaltos dada la enemistad de sus dueños con sus parientes del castillo de Monroy. En una carta de los Reyes Católicos, fechada en 1480, se hace referencia al conflicto familiar entre Hernando de Monroy, señor de Belvís, y el otro Hernando de Monroy, su primo, señor de Monroy, en la cual se pone de manifiesto la denuncia del primero, señor de Belvís, quien reclama a su primo de Monroy los daños por los desmanes cometidos por su padre, Rodrigo de Monroy, ya fallecido, que unos 26 años antes había asaltado y robado este castillo de Belvís de Monroy. Precisamente, los escudos que se ven en la puerta de la fortaleza, con las armas de Monroy y Herrera, pueden ser de este Hernando de Monroy y de su esposa Catalina Herrera, por lo tanto de la segunda mitad del siglo XV. Después de varias disputas, ambas familias se unieron por medio del matrimonio de sus dos hijos, Isabel de Almaraz y Hernán Rodríguez de Monroy.
En la fortaleza, que se construyó alrededor de la primitiva torre del homenaje, se distinguen tres partes: la barrera, con torreones y cubos semicirculares, el castillo, recinto poligonal con torres alrededor de su estructura, y una serie de dependencias residenciales del siglo XVI, que hicieron más habitable el edificio.
En el castillo se aprecia todavía la sucesión de estilos y cronologías, y la disposición consecutiva de los testimonios arquitectónicos de cada etapa. En un extremo se sitúa lo más antiguo, de época medieval, a continuación los añadidos del Renacimiento y finalmente, al lado, el resultado de las obras realizadas durante el Barroco. Esta construcción tan dilatada en el tiempo y la aplicación de diferentes soluciones arquitectónicas a las cambiantes necesidades surgidas a lo largo de tantos siglos, hace que el castillo se configure finalmente con una estructura sumamente compleja, en la que resulta difícil percibir el cometido de algunas de sus partes. Por ello la primera característica es la irregularidad y la segunda la diversidad, tanto de funciones como de estilos.
A las necesidades eminentemente militares propias de la Edad Media se da respuesta con el castillo primitivo, que ocupa el lado más oriental, en el que emerge una torre de planta triangular y otras dependencias que se pueden datar en torno al siglo XIV. Todo ese lado debió configurarse definitivamente durante la segunda mitad del siglo XV, época en la que queda regularizado ese cuerpo, integrándose la torre del homenaje, en la que se debieron incorporar algunos añadidos, y levantando un bloque de elevados muros flanqueados por cubos redondos, también muy elevados. Esta parte es la más sugestiva del castillo, y especialmente la cara que da frente al pueblo, en la que se muestra una tipología propia del gótico final practicada durante la segunda mitad del siglo XV, como muestran las ventanas lobuladas que se abren en esos lienzos y sobre todo la disposición de las abultadas ménsulas que recorren la parte superior de todos los muros y torres, sobre las que descansaría el almenaje en voladizo. La torre del homenaje, que data del siglo XIII y es la más alta y grande de todas, todavía conserva restos del último piso y de lo que fueron algunos de sus elementos defensivos. En el siglo XV las ventanas sustituyeron a las almenas, y en este mismo siglo se eliminó el sistema de cadalso de madera y se amplió la edificación con un nuevo piso.
Al lado de este conjunto se incorporaron importantes añadidos durante el siglo XVI. Coincidiendo con el Renacimiento se afianza en toda la nobleza europea una preocupación creciente por rodearse de comodidad y lujo, así como por la utilización de los más refinados recursos arquitectónicos que pudieran exhibir la nobleza y poder de sus poseedores, desplazando así la preocupación por la construcción de torres y murallas, propias de la mentalidad medieval, y sustituyéndola por la edificación de grandes patios con arcadas y columnas de orden clásico. Eso ocurre también en este castillo de Belvís de Monroy cuando en el siglo XVI se construye un gran patio claustrado como si se tratara de un palacio urbano. Aunque está totalmente desmantelado, todavía se distinguen los plintos donde se colocaban las columnas y algunas ménsulas sobre las paredes laterales de donde arrancarían los arcos de la parte superior, por lo que podemos saber que se constituía con cuatro galerías, formando un rectángulo, y con dos pisos. Aunque desaparecido en su aspecto monumental, este testimonio permite adentrarse en el carácter de los moradores del castillo en ese momento. A comienzos del siglo XX todavía se conservaban algunas columnas y capiteles que pudo ver José Ramón Mélida, quien publicó en su Catálogo Monumental una fotografía de uno de sus detalles constructivos.
La última etapa, la que se produce en los tiempos del Barroco durante los siglos XVII y XVIII, se puede reconocer en las edificaciones contiguas al patio, hacia el lado noroccidental. Entonces se implantan definitivamente dependencias de uso doméstico y palaciego construidas con ladrillo que luego se presenta estucado y pintado, a veces con esgrafiados.
Lo único que da cierta unidad al conjunto, aunque sea un tanto artificiosamente, es la muralla que envuelve todo el inmueble, pero no se trata de un cinturón homogéneo, sino que también se aprecian elementos de distinta configuración y diferente cronología, los mismo que en el interior del castillo, con torres cilíndricas, cubos redondos adosados e incluso un baluarte triangular.
El material constructivo utilizado es la piedra trabajada en sillarejo y colocada dando un aspecto fuerte y compacto. Este material tiene la ventaja de ser fácil de conseguir además de ser de gran dureza para resistir a los ataques y los contraataques de los enemigos.
El estado del castillo no es muy bueno. Varias partes del mismo están derruidas por el abandono y la desidia en la que cayó después de las guerras de Sucesión y de Independencia. Sin embargo, lo que se conserva de él nos puede dar una muestra de la magnífica fortaleza que debió de ser en otros tiempos, elevándose y mostrando su grandiosidad por encima del resto de las edificaciones.
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Fecha de última modificación: 14/06/2020
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